La consolidación del Estado de Bienestar, la irrupción del contrato social, la protección y la promoción de derechos sociales por parte de los poderes públicos, son algunos de los síntomas que manifiestan el cambio de Modelo hacia un periodo Post-Garantista. Los los ciudadanos pasan de ser ciudadanos-administrados a ciudadanos-usuarios, pues éstos dejan de ser una concatenación de derechos y obligaciones para pasar a ser una concatenación de necesidades que deben obtener respuesta por parte de las instituciones. Por ello, las Administraciones Públicas deben permanecer activas y ser capaces de adaptarse a los profundos cambios que vayan aconteciendo en la realidad. Por esta razón, los poderes públicos se deben amparar en otros principios de funcionamiento, como son la transparencia, la participación, la responsabilidad, la gestión por resultados, etc.
Así, desde 1970,
comienza la preocupación, en las democracias más avanzadas, de solventar las
ineficacias detectadas en la definición, diseño y ejecución de las políticas y
de los programas públicos y por ende, en la prestación de bienes y servicios.
La pérdida de credibilidad del Sector Público como gestor del bienestar
ciudadano, la proliferación de nuevas demandas sociales cada vez más complejas,
la magnitud del déficit público en los países más avanzados, fenómenos como la
desregulación, flexibilidad y privatización que se expanden con gran rapidez,
la descentralización y desconcentración funcional y orgánica de las
organizaciones, el veloz desarrollo de la Sociedad Tecnológica y la
preocupación por el control y la rendición de cuentas de los ejecutivos, son
algunos de los factores que han producido un cambio de paradigma en la
concepción de la acción pública y han requerido la actuación de las
instituciones para poder hacerlos frente.
A partir de este
momento, se empiezan a suceder una serie de reformas administrativas que
pretenden mejorar la prestación de un servicio público cada vez más extenso.
Surgen con fuerza los postulados de la Nueva Gestión Pública, que incorpora,
entre otros elementos, el uso de los modelos de gestión y la asunción de
técnicas nuevas con las que mejorar la gestión de lo público que han resultado
exitosas aplicadas al ámbito privado. Se desarrollan corrientes reformistas de
tinte neoliberal, con un discurso transformador de la actividad prestacional,
asentado sobre las siguientes bases: la reducción del sector público, debido al
sobreendeudamiento de los países y a la contratación de personal por encima de
las necesidades específicas de empleo público, a la privatización de ciertos
bienes y servicios y a la desregulación; la introducción de técnicas de gestión
empresarial en lo público, a través de evaluaciones y auditorías,
administración por objetivos, búsqueda de beneficios, pago por resultados,
economías de escala o programas de
rendimiento profesional; la tendencia a democratizar la Administración Pública,
fomentando la participación de los agentes económicos y sociales en la
elaboración de programas y políticas para, posteriormente, evaluar los
resultados; la reorganización del Sector Público para optimizar recursos, tanto
desde la perspectiva del empleado público (afectando a su permanencia,
estabilidad, jornada y retribuciones), como desde la estructura administrativa
(consiguiendo flexibilidad y aumentando su capacidad de adaptación al contexto
social en el que se encuentra); y la más importante de todas, el establecimiento
de unos nuevos valores que guíen la cultura administrativa de cada Estado,
entre los que se encuentran la mejora en la atención al ciudadano, entendiendo
a éste como cliente.
Estas ideas de
cambio no tuvieron el éxito esperado y se constató empíricamente que no eran
suficientes por sí solas para reformar las bases del Modelo Garantista. Lo que
sí hicieron fue contribuir a constatar la necesidad de mejora e innovación
constante de la Administración Pública y a descartar la idea de implementación
pura de técnicas privadas a la misma. Por ello, fueron sucediéndose otras
reformas dirigidas a reorientar el quehacer administrativo desde dos
posiciones: mejorar la capacidad de las Administraciones Públicas para
gestionar el bienestar individual y colectivo y aumentar el grado de
transparencia y control sobre los poderes públicos, de tal forma que el sistema
institucional sea objetivo -en cuanto al cumplimiento de los fines que tiene
encomendado-, y neutral –en cuanto a la reducción de la discrecionalidad e
ideología-. El Modelo Post-Garantista se hacía realidad aunque, como tendremos
ocasión de analizar, consideramos que ha sido superado, en nuestros días, por
un nuevo Modelo: el de Excelencia.
Los que nos
interesa constatar, en este sentido, es que la preocupación de las
instituciones era ya la satisfacción del servicio público al ciudadano y por
ello iniciaron una serie de reformas para mejorar la gestión de la actividad
prestacional. A partir de este momento es cuando podemos hablar de calidad, más
que como “una técnica y procedimiento,
como una filosofía de cambio total de la reorientación y de la actividad de las
Administraciones Públicas” (Canales Aliende, 2005).
Una
vez visto que las Administraciones Públicas necesitan adaptarse a la realidad
del momento para cumplir con las demandas los ciudadanos de la mejor manera
posible, hemos llegado a la conclusión de que las reformas administrativas han
pretendido, precisamente, mejorar la gestión del servició público en un escenario
social cada vez más complejo y dinámico. Por eso, cuando hablamos de calidad,
estamos refiriéndonos a la idea de compromiso institucional con el ciudadano,
satisfaciendo de forma óptima sus necesidades.
La calidad
evoca, por tanto, cualquier función o característica de un servicio público,
necesaria para satisfacer las necesidades ciudadanas. Calidad supone que el
Sector Público haga las cosas bien a la primera y con eficacia, es decir, que
lo haga de la mejor manera y que utilice los menores recursos. Es la
satisfacción del ciudadano, la conformidad con las especificaciones de servicio
que se han fijado con anterioridad. Hace alusión al conjunto de propiedades
inherentes a algo de lo que se pretende juzgar su valor, a prestar un servicio
satisfaciendo al cliente y a un coste rentable, al rendimiento global de las
instituciones.
El reto de las instituciones consiste en alcanzar ese nivel macro de la calidad, colocando al ciudadano en el centro la atención de los gobiernos y de las Administraciones Públicas para, desde ese momento, comenzar a remover todos aquellos obstáculos que frenan su crecimiento y bienestar. Por ello, no basta solo con adoptar las mejores prácticas y herramientas para mejorar la calidad si éstas son vistas sólo como una tendencia pasajera o una moda. No basta con incrementar los recursos públicos que se entregan, si no se mide el impacto que provocan en la vida diaria de las personas; no basta con gestionar procesos si, finalmente, no agregan ningún valor al ciudadano. Lo trascendental no es la adopción de tal o cual estrategia, metodología, herramienta o buena práctica, sino lo que la misma suma al bienestar de cada ciudadano. La calidad canaliza el tránsito del Modelo Pos-Garantista al Modelo de Excelencia, del ciudadano-usuario al ciudadano-propietario del servicio.
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