sábado, 29 de diciembre de 2012

Ética Pública, Transparencia y Derecho de Acceso a la Información

La Ética Pública debe presidir cualquier actuación encaminada al interés general, al bien común. Por eso tenemos que definirla como un hacer colectivo en el que ciudadanos e instituciones generan pautas de conducta que permitan, no solo la autonomía y la libertad individual, sino también la colectiva y el desarrollo de la convivencia.

La transparencia en el Sector Público es la piedra angular de todo Ordenamiento Jurídico, al ser garante del Estado Social, Democrático y de Derecho que nuestra Norma Jurídica Suprema reconoce. La misma posibilita la medición del grado de autoconfianza, madurez, eficacia, coherencia, honestidad, buen hacer y confianza en las diversas instituciones político-administrativas que configuran el sistema. Aunque no basta la transparencia para lograr ser éticos, sí es cierto que ésta es condición necesaria –aunque insuficiente- para el desarrollo democrático. Un Estado que considera que su actuación es correcta, no tendrá problema alguno en que sus ciudadanos lo fiscalicen, desterrando de él todo secretismo y opacidad del pasado que pueda envolver a la información y al acceso a la misma.

El Acceso a la Información debe ser un derecho básico en toda democracia, así reconocido de manera garantista y con contenido pleno en el Ordenamiento Jurídico de cualquier país, que no restrinja ni limite hasta la asfixia la acción ciudadana sino que sirva para crear una sociedad participativa y fiscalizadora en el ámbito de lo público, una sociedad con principios éticos que renueven la confianza e impregne de ellos a las desafectas instituciones político-administrativas.

La información es materia prima y bien de primera necesidad en la Sociedad Tecnológica actual. Las Administraciones Públicas son las mayores productoras de información y deben encargarse de gestionar, de manera eficaz, los flujos documentales. Una correcta gestión de la información favorece tanto al Sector Público –puesto que simplifica, racionaliza los recursos informativos y posibilitan el intercambio de datos y le acerca a la sociedad–, como a los ciudadanos –ya que fomenta su participación pública, la toma de decisiones informadas y el control sobre las instituciones–. 


Más allá de la técnica o la automatización del tratamiento de la producción informativa, la importancia de la documentación ha pasado a ser la gestión del conocimiento, esto es, el valor añadido que el activo intangible –sobre todo el capital humano- proporciona a la misma. Solo cuando la información se organiza, surgen las ideas, solo cuando contamos con una sociedad responsable e informada, podemos hablar de democracia y de ética como principio de buen gobierno para la consecución del interés general.

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