“En los sistemas democráticos consolidados, el número de partidos, su organización interna, sus vínculos con la sociedad y las instituciones políticas, sus alianzas y estrategias, conforman un modelo de estructuras e interacciones más o menos estables entre las distintas unidades partidistas al que convencionalmente se denomina <sistemas de partidos>. Desde ese punto de vista, los sistemas de partidos poseen propiedades específicas que son distintas de las de los partidos –individualmente considerados- que los componen y constituyen estructuras diferenciadas que no pueden ser entendidas como la mera suma de éstos”. MELLA MÁRQUEZ, M. (2012).
En España, el Sistema de Partidos se ha dirigido desde el primer momento y se ha configurado, en términos generales, como un sistema competitivo de pluralismo moderado/ limitado (SARTORI, G.) a lo largo de la democracia de nuestro país. Junto a los dos grandes partidos políticos, existen otros con influencia directa para formar mayorías en el gobierno y que se conocen como partidos “bisagra”. Los partidos compiten por un electorado ubicado en el centro y, por ello, moderan sus políticas. Sin embargo, son muchos los autores que señalan el caso español como un modelo de bipartidismo imperfecto porque son solo dos los partidos con posibilidades reales de gobernar.
Siempre han existido unas constantes que han determinado el desarrollo del mismo y que son las siguientes: la dificultad de articulación partidista del centro ideológico español; el indiscutible peso de partidos de ámbito no estatal como elementos arbitradores de la dinámica entre mayoría y minoría; la inexistencia de partidos que polaricen en los extremos el conflicto ideológico y la permanente presencia de partidos que representen la polarización extrema en el “cleavage” territorial entre las concepciones unitarias centralizadas y las independentistas centrípetas; la ausencia, desde 1982, de un gran partido de centro, que genera un alto grado de competitividad entre las opciones políticas más próximas a las posiciones centrales de la escala ideológica; el alto grado de volatilidad electoral y variabilidad de las posiciones de los partidos en sus concepciones ideológicas, políticas e incluso, organizativas; y los niveles medios que presenta tanto la fragmentación electoral como la parlamentaria.
Con respecto a los indicadores que ayudan a clasificar el Sistema de Partidos español, podemos concluir lo siguiente: la participación electoral experimenta fluctuaciones de un comicio electoral a otro aunque, en general, sigue siendo cada vez más baja; la fragmentación electoral va disminuyendo, con lo cual, la lucha por votos abarca pocos competidores; la concentración del voto va siendo más elevada, dotando así de más estabilidad al sistema político español; el grado de competitividad electoral se va reduciendo; con respecto a la polarización, las distancias entre las fuerzas políticas se van reduciendo dentro del espectro ideológico; y la volatilidad electoral también experimenta fluctuaciones a lo largo de las distintas elecciones, siendo cada vez mayor la volatilidad entre-bloques y menor la volatilidad intra-bloques.
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