viernes, 30 de mayo de 2014

El Mito de Hesíodo aplicado a la democracia

En los relatos mitológicos griegos sobre el origen de la creación, se alude de forma constante al Caos. Este concepto era entendido como un abismo sin fondo, como un espacio abierto sumido en la oscuridad donde fluían sin orden todos los elementos básicos del cosmos: el agua, la tierra, el fuego y el aire. El Caos contenía la génesis de todas las cosas antes de que naciesen los Dioses. Nada tenía en él forma fija y duradera, todo estaba en constante movimiento, en continua mutación, sin pautas ni criterios de estabilidad. El Caos era nada y algo, materia y antimateria al mismo tiempo, lo era todo en la nada. Hesíodo, en su obra Trabajo y días (vv. 106-201) refiere el mito es estas mismas circunstancias.
  
La democracia no es más –ni menos-, que una creación humana hija del abismo que encarna el Mito de Hesíodo, de naturaleza imperfecta, frágil, que dota de cierto orden al caos, que busca unión en la diversidad, en definitiva, el bien común, la res publica. Como tal manifestación de la política, se desarrolla en todos los ámbitos de la vida y para mí, esta es la aportación más relevante de la democracia griega. La búsqueda del bien común es consustancial a la naturaleza propia del ser humano en colectividad, donde incluso la isegoría, la isonomía, la eleutheria encuentran su razón de ser. Así, la democracia griega no descansa en las libertades absolutas sino en las verdades relativas. 

Por eso, la democracia no es un estadio absoluto, finalizado, sino en constante remodelación porque tiene que ser válido para quienes conviven con ella, porque los pactos o los consensos se pueden repensar, porque el bien común tampoco está perfeccionado. Como tal, la democracia puede ser válida -como apuntó Winston Churchill, es “la menos mala de los sistemas políticos”-, porque sirve para mitigar el caos de la creación y conseguir estabilidad en la convivencia. Tal vez la solución de futuro sería repensar la democracia al estilo de Habermas o Bessette, esto es, superar la representación y caminar hacia una democracia deliberativa, mucho más acorde con los postulados griegos y donde el sistema sería más difícil que se corrompiese.

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