Los valores, las percepciones y las actitudes hacia determinados objetos políticos han sido los indicadores tradicionales de la cultura política de una comunidad. MONTERO, GUNTHER y TORCAL han examinado las principales actitudes hacia la democracia que tienen los españoles a lo largo de dos décadas, llegando a identificar tres indicadores críticos para medir la misma, esto es, la legitimidad, el descontento y la desafección ciudadana.
Por resumir de algún modo los conceptos propuestos que nos permiten llevar a cabo un análisis sobre las actitudes hacia la democracia en España, podemos decir que los tres (legitimidad, descontento y desafección) pertenecen al fuero interno de cada ciudadano pero con claras repercusiones externas. Que un ciudadano esté más o menos de acuerdo en cómo está llevándose a cabo la gestión pública no tiene apenas relevancia pero cuando este sentimiento se comparte por muchos, el sistema debe ser capaz de dar respuestas efectivas ante tales percepciones negativas.
La legitimidad, entendida como la actitud positiva de los ciudadanos hacia las instituciones democráticas al considerarlas como las mejores aunque tenga fallos y defectos, se ha mantenido en niveles elevados a lo largo de estos últimos años. Personalmente, no creo que la legitimidad tenga que ver con las experiencias ciudadanas en los sistemas democráticos, esto es, con la gestión por resultados, sino más bien con la concepción idealizada que de la misma tenemos. Prueba de ello es que en las encuestas realizadas por el CIS cada año sobre “Opinión Pública y Política Fiscal”, hace mucho tiempo que no se pregunta a los ciudadanos sobre si considera o no que la democracia es el mejor sistema de gobierno, por la abrumadora respuesta positiva que ha tenido la misma siempre. Otra cosa es que, si bien somos conscientes de que este sistema de gobierno es el que queremos (legitimidad formal), manifestemos nuestra discordancia con su funcionamiento (legitimidad sustantiva), lo cual sí condiciona a la democracia.
El segundo factor estudiado, el descontento, expresa la frustración que surge de comparar lo que uno tiene con lo que debiera tener., lo cual se traduce en dos indicadores básicos: 1) Eficacia del sistema, esto es, la capacidad para resolver los problemas básicos de los ciudadanos por parte de las instituciones; e 2) Insatisfacción política, o desagrado que se produce porque no se responde satisfactoriamente a los deseos de los ciudadanos. A tenor de su estudio, parece que el descontento no influye en la legitimidad pero sí considero que influye en la democracia en términos generales, sobre todo por la íntima relación que guarda con las valoraciones económicas. La tendencia ha sido y es que este factor se sitúa en cuotas elevadas y todo parece indicar que se mantendrá de la misma manera. De hecho, en el avance de resultados del último Barómetro elaborado por el CIS de Abril, a la pregunta de cómo es la situación política del país respecto a hace un año, la mayoría (sobre el 93%), considera en España que es igual y peor y cerca del 80% que esta situación será igual o peor dentro de un año.
El tercer factor, la desafección, es otro valor de la cultura política que se identifica con el desapego o alejamiento de los ciudadanos con respecto al sistema político y cuyo indicador de referencia es el interés político subjetivo, esto es, la curiosidad del ciudadano por la política. La desafección ha permanecido en niveles altos en España y todo parece indicar que continuará del mismo modo en un futuro. En el mismo Barómetro citado, podemos observar cómo los ciudadanos participan escasamente en política a través de manifestaciones, huelgas, reuniones, discusiones, firmas de peticiones, etc. El problema se acreciente si consideramos que los ciudadanos no solo no se interesan o se interesan cada vez menos por la política, sino que además la política, los partidos y el gobierno son uno de sus tres principales problemas.
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